"If
it be as thou gayest," replied Goodman
Brown, "I marvel they never spoke of
these matters; or, verily, I marvel not, seeing
that the least rumor of the sort would have
driven them from New England. We are a people
of prayer, and good works to boot, and abide
no such wickedness."
-Si es como
usted dice -respondió Goodman Brown-,
me sorprende que jamás hablaran de
estas cosas; o, en realidad, no me sorprende,
en vista de que el menor rumor al respecto
los habría expulsado de Nueva Inglaterra.
Somos gente de oración y, por si fuera
poco, gente de buenas obras, y no practicamos
semejantes maldades.
"Wickedness or not," said the traveller
with the twisted staff, "I have a very
general acquaintance here in New England.
The deacons of many a church have drunk the
communion wine with me; the selectmen of divers
towns make me their chairman; and a majority
of the Great and General Court are firm supporters
of my interest. The governor and I, too--But
these are state secrets."
-Maldades o no -dijo el caminante del bastón
retorcido-, gozo de un trato muy amplio aquí
en Nueva Inglaterra. Los diáconos de
más de una parroquia han bebido conmigo
el vino de la comunión; los administradores
de diversos pueblos consideran que soy su
presidente; y en la Asamblea Legislativa la
mayoría de los miembros apoya firmemente
mis intereses. Además, el Gobernador
y yo... Pero esos son secretos de Estado.
"Can this
be so?" cried Goodman Brown, with a stare
of amazement at his undisturbed companion.
"Howbeit, I have nothing to do with the
governor and council; they have their own
ways, and are no rule for a simple husbandman
like me. But, were I to go on with thee, how
should I meet the eye of that good old man,
our minister, at Salem Village? Oh, his voice
would make me tremble both Sabbath day and
lecture day."
-¿Podrá ser cierto? -exclamó
Goodman Brown, lanzando una mirada de estupor
a su desaprensivo acompañante-. Sea
como sea, no tengo nada que ver con el Gobernador
o la Asamblea. Ellos hacen lo que les parece
y no tienen autoridad sobre un simple granjero
como yo. Pero, si yo siguiera con usted, ¿cómo
podría darle después la cara
a ese buen anciano, a mi pastor en la aldea
de Salem? El mero sonido de su voz me pondría
a temblar en los días de fiesta y en
los días de prédica.
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